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Las huellas de los templarios


Las gestas de los caballeros templarios en apoyo a Jaume I reportaron a la legendaria y controvertida orden religiosa de Jerusalén una abultada lista de castillos y otras posesiones en las provincias de Castellón y Valencia en pago por sus servicios militares a la Corona de Aragón durante la Reconquista cristiana. Sin embargo, su presencia en la provincia de Alicante fue prácticamente inexistente y, de hecho, la Orden del Temple dejó en la memoria de esta provincia una única huella. Jaume I concedió a los templarios una sola recompensa por los servicios prestados en los campos de batalla: la mitad de los astilleros de Dénia. No fue un mal pago teniendo en cuenta que la industria de construcción de barcos tenía en el municipio alicantino uno de los mayores exponentes de todo el Mediterráneo. Según consta en los libros de registro de Jaume I conservados en el Archivo de la Corona de Aragón -con sede en Barcelona- fue un 17 de agosto del año 1244 cuando el rey de Aragón dona a perpetuidad al Maestre General de la Orden del Temple en Aragón y Cataluña, Guillermo de Cardona, la mitad de las atarazanas de Dénia. Teniendo en cuenta su fuerte vinculación con Jerusalén, a la orden le interesaba tener presencia en enclaves marítimos que les permitiera una más fácil comunicación con Tierra Santa. No obstante, el control sobre el tráfico marítimo no fue un privilegio asignado al Temple sino que quedaría, por orden del rey, en manos del noble Pedro Carroz, a quien nombró gobernador de Dénia. Según el director de colecciones del Museo Arqueológico de Alicante (Marq), Rafael Azuar, los antiguos astilleros de Dénia fueron, junto a los del municipio tarraconense de Tortosa, los más importantes del litoral mediterráneo. Tortosa tenía concedido derecho exclusivo sobre la madera de los bosques pirenaicos, y Dénia lo tenía sobre las extensas pinadas de la Serranía de Cuenca. Desde allí, los troncos eran transportados a través de las aguas del Júcar hasta la desembocadura del río en Cullera, donde eran embarcados y trasladados hasta el puerto de Dénia para servir como materia prima en su próspera industria de fabricación de buques. La mayoría de los barcos que se construían en sus instalaciones tenían como destino la flota real. Según relata Rafael Azuar, estos astilleros hunden sus raíces en la época musulmana. De hecho, sus orígenes se remontan a Abderramám III de Córdoba, primer califa de Al- Andalus e impulsor de la creación de las atarazanas de Dénia en el año 945 de nuestra era. Proteger la costa de la amenaza constante de desembarcos normandos fue una de las principales razones que llevaron a la creación de potentes infraestructuras navales en la costa de Al-Ándalus. Josep Antoni Gisbert, arqueólogo municipal y director del Museo Arqueológico de Dénia, explica que, junto al tráfico portuario, la construcción de navíos fue una de las actividades productivas que hicieron de la ciudad de Daniya -nombre árabe de Dénia- un lugar estratégico en el Mediterráneo durante las primeras décadas del siglo XI. Diversas fuentes documentales de la época han dejado testimonio de su importancia. Cuentan las crónicas, por ejemplo, que el soberano almohade Abu Yusuf Yaqub al-Mansur (1184-1198) pasó revista en este puerto a sus tropas, y a una flota de trescientos barcos, sesenta y dos corbetas, treinta barcos de caza y otras cincuenta embarcaciones de diversas clases antes de partir hacia Mallorca a presentar batalla al gobernador del lugar. Las excavaciones arqueológicas llevadas a cabo en Dénia sitúan los restos de los astilleros junto al antiguo arrabal del Fortí. Ocupaban una amplia zona portuaria de unos 120.000 metros cuadrados, ya que además del edificio donde se construían los barcos, el complejo contaba con extensas zonas para la reparación de navíos, así como para el secado y el almacenamiento de la madera que era utilizada en su construcción. De este singular espacio se conservan los vestigios de un recinto de planta trapezoidal con un sólido muro perimetral, así como restos de un edificio que probablemente sería una especie de nave cubierta. La industria naviera no duraría mucho en manos de los caballeros templarios. El excesivo poder e influencia que atesoró la Orden del Temple en Europa levantó profundos recelos, particularmente en Felipe IV, rey de Francia. Los templarios cayeron en desgracia y el Papa Clemente V acabó disolviendo la orden en el año 1312. Aunque los documentos históricos que se conservan son muy escasos, se estima que las atarazanas volvieron a depender en su totalidad de la Corona de Aragón. Pero nada sería ya como antes. De estratégico a despoblado La expulsión de los musulmanes llevó aparejado el rápido declive de una ciudad que tuvo durante siglos una importancia estratégica en el Mediterráneo. Según Azuar, en el momento de la conquista cristiana, contaba con unos 20.000 habitantes, un número muy elevado para la época. Cuando la población morisca abandonó la ciudad, los nuevos colonos cristianos se instalaron dentro del recinto amurallado del castillo y todos los antiguos barrios moriscos fueron pasto del abandono y la destrucción. «Dénia pasó de ser una ciudad muy populosa por la importancia de su puerto comercial a quedar prácticamente desierta. Se perdió todo, y de hecho no volverá a recuperar la extensión y la población que llegó a tener en época musulmana hasta el siglo XIX», explica el director de colecciones del Marq. Confusión histórica La única reseña histórica sobre la presencia templaria en la provincia de Alicante nos dirige a las atarazanas de Dénia. Un error en la interpretación de un documento medieval hizo pensar hace unos años que el Castillo de Lorcha pasó a ser una posesión templaria cuando, en realidad, a quien perteneció fue a la Orden de los Hospitalarios de San Juan. Según Rafael Azuar, el origen de la confusión estuvo en una referencia documental mal interpretada en la que se hablaba del traspaso de bienes de la Orden de los Hospitalarios a la recién creada Orden de Montesa cuando la primera desaparece en toda la Corona de Aragón. Con la Orden de Montesa, el rey quiso crear una organización religiosa territorial circunscrita al ámbito del reino de Aragón y sometida, pues, a su control. El documento histórico que testimonia aquel traspaso contempla una relación de todas las posesiones de los hospitalarios y los templarios que pasan a manos de la nueva orden aragonesa. Entre ellos estaba el Castillo de Lorcha, pero no por templario, sino por hospitalario. Ahí radica, según Azuar, el origen de la confusión.

Fuente:http://www.laverdad.es

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