En el 1077 ningún peregrino estuvo a salvo en Tierra Santa, la religión mahometana se había extendido al sur y al oeste, por toda el África del norte. Parecía que la nueva religión tendría, con el tiempo, suficiente fuerza para avasallar al propio cristianismo. Los sarracenos, nombre que les daban en la Edad Media a los mahometanos, tenían cada vez más poder, y el mundo cristiano empezaba a sufrir su presión.
Los musulmanes no solo habían conquistado el norte de África, sino que ya habían puesto su planta en Europa: España estaba en su poder desde el siglo VIII.
En esa época el papa Urbano II, advirtió el peligro que se cernía sobre la cristiandad, vio la inquietud que se había apoderado de todos los hombres de Europa y la violencia y el derramamiento de sangre que la iglesia , al parecer , no podía contener, a pesar de todos sus esfuerzo. ¿Acaso Europa no era capaz de frenar el avance mahometano y de recuperar para la cristiandad los Santos Lugares, fortaleciendo al mismo tiempo el poder de la Iglesia?
La Primera Cruzada
Así fue como, en 1095, el papa Urbano II convocó un concilio en Clermont, Francia, y allí, a cielo abierto, formuló una conmovedora exhortación a la gran multitud reunida. "Dios lo quiere"(Dieu le veut!), fueron las palabras que brotaron, como un clamor atronador, de la muchedumbre, cuando el papa concluyo de hablar; Al año siguiente partió una nutrida expedición de caballeros, soldados, clérigos y campesinos europeos hacia Oriente.
La mayoría eran franceses y miles de hombre se lanzaron adelante para "empuñar la cruz". Porque todos los que iban a las cruzadas debían ostentar una cruz: sobre el pecho, cuando viajaban a Tierra Santa, y en la espalda cuando volvían de allí.
Los cruzados llegaron a Constantinopla, tomaron Nicea, expulsaron lentamente a los turcos de Anatolia (que fue devuelta a los bizantinos) hasta llegar a Antioquía y una vez conquistada ésta, se dirigieron hacia el sur para recuperar a Jerusalén, la meta de la aventura. Urbano II murió finalmente en Roma el 29 de julio de 1099, 14 días antes de que los cruzados pudieran superar las defensas musulmanas y tomaran definitivamente Jerusalén. Su sucesor en el trono pontificio fue Pascual II.
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