El Gran Maestre Gérard de Ridefort |
Al amanecer del viernes 1 de mayo 1187, los jinetes árabes al mando de Al-Afdal, hijo de Saladino, pasan pacíficamente ante los muros de Tiberíades en busca de Reinaldo. Esa tarde, cuando vuelven por el mismo camino, han respetado al pie de la letra las exigencias del conde y, sin embargo, no han podido evitar el incidente. El conde Raimundo ve con horror que, en sus lanzas, los mamelucos llevan clavadas las cabezas de más de cien templarios. ¿Cómo ha podido suceder lo impensable? Casi al mismo tiempo, Balian de Ibelin llega a su cita en el castillo de la Féve. En la explanada de Esdralón ve, asombrado, que el campamento templario está vació y el castillo, abandonado. Su escudero registró todo el lugar, mas sólo encontró dos hombres enfermos que nada sabían. Extrañado y preocupado, iba ya a dar media vuelta, cuando aparecen al galope una pareja de jinetes dando gritos. Son dos templarios, cubiertos de sangre y polvo, que cuentan al señor de Ibelin el terrible desastre que ha tenido lugar en la Fuente del Berro. Según estaba previsto, el maestre de los Templarios, Gerad de Ridefort, y el de los Hospitalarios, Roger des Moulins, habían llegado el mismo día 30 al cercano castillo de la Féve camino de Tiberíades, en misión de embajadores del rey Guido como dijimos. Es de suponer que los maestres recibieran al correo de Raimundo, que les avisaba del paso pacifíco de los musulmanes. Por motivos que se ignoran, pero quizá basados en las rencorosas intrigas del vengativo Gérard, quien tal vez quiso proteger a su antiguo cómplice Reinaldo de Chátillon, los maestres deciden atacar a los musulmanes. Gérard de Ridefort envía un mensajero al mariscal del Temple, Jacques de Mailly, que se encontraba a ocho kilometros de allí, en el castillo de Caco (Kh-Qara), con poco más de cuarenta templarios y sus tropas auxiliares, para que acuda urgentemente a unirse con la guarnición de La Féve, compuesta por unos noventa caballeros del Temple, más diez hospitalarios con su maestre Roger. Al amanecer del día 1 de mayo, ambos maestres y el mariscal se acercaron hasta Nazareth, donde reclutaron a otros cuarenta caballeros de la guarnición real. Entre caballeros y tropas auxiliares se juntaron unos quinientos guerreros, que se encaminaron sin demora hacia en El-Mahed, cerca de la aldea de Seforia , al noreste de Nazareth. Allí, cerca siete mil mamelucos, árabes y kurdos, estaban abrevando sus caballos en la Fuente de Berro. Los templarios, que salían desde una elevación, tenían la ventaja del terreno y de la sorpresa. Gérard de Ridefort quiso cargar inmediatamente contra los musulmanes, pero la diferencia de tropas era tan grande que el maestre del Hospital y el mariscal del Temple le aconsejaron la retirada. Sin atreverse a un enfrentamiento con Roger des Moulins, Gérard se encaró groseramente con su mariscal, Jacques de Mailly, increpándole: - Hablas como un hombre que desea huir; amas demasiado esa rubia cabeza, que tan bien la quieress guardar…. Pero el mariscal le respondió profético: - Moriré frente al enemigo como un caballero de bien. Eres tu quien volverá al grupo como un traidor. Lleno de ira, el orgulloso maestre le volvió la espalda,le dio la orden y se lanzaron a la carga. Dice el cronista que Jacques de Mailly, mientras galopaba hacia los musulmanes, le hablaba dulcemente a su blanco caballo: - Rocín, buen compañero, he pasado muchas y hermosas jornadas cabalgando sobre tu lomo; pero el día de hoy las superará a todas, porque hoy me llevarás al Paraíso. La batalla fue corta, en muy poco tiempo los francos resultaron diezmados a pesar de su empuje guerrero. Los últimos combatientes cristianos fueron un caballero del Hospital, de nombre ignorado, y uno templario, el mariscal Jacques de Mailly, quíen al ver a su compañero hospitalario finalmente abatido redobló su empuje y resistencia luchando como un torbellino. Primero sobre el caballo y luego a pie, su espada segaba, como si de trigo se tratase, las vidas de los enemigos que lo rodeaban. A la vista de este prodigio de valor, los musulmanes cesaron de combatirlo y formaron un círculo a su alrededor, ofreciéndole la vida a cambio de la rendición. Rechazadas tales proposiciones, como ofensivas para su honor, el templario acabó abatido por las flechas de los arqueros. Más como iban ataviado con las albas vestiduras de la orden y montado sobre su corcel blanco, al caer muerto, pero no vencido, los musulmanes irrumpieron en gritos convencidos de haber cogido al san Jorge de los francos. El cuerpo del templario fue asaltado por los mamelucos, quienes, presos de un terror reverente, se disputaron hasta el más insignificante de sus despojos: ropas, armas, adornos, etc; como talismanes o reliquias. Hasta tal punto, que algunos se frotaban la cabeza con el polvo empapado en su sangre, como si de esta manera pudieran adquirir su bravura y valor. Enterado al-Afdal del prodigioso suceso, el hijo de Saladino ordenó se enterrase con toda dignidad el cadáver del templario y que, como signo de respeto por su valor, le sepultasen con su espada en la mano. El resto, francos y templarios, incluso el maestre hospitalario Roger des Moulins, todos perecieron. Sólo tres caballeros del Temple escaparon con vida, uno de ellos fue Gérard de Ridefort, que, a pesar de estar gravemente herido, consiguió huir a uña de caballo hasta Nazareth. Por el camino, resonarían en sus oídos la proféticas palabras que Jacques de Mailly le dirigió antes de entrar en combate: “….Sois vos quien volverá grupas como un traidor”. El maestre Gérard, mortificado por las heridas y tal vez por la vergüenza, se entretiene en el camino y la noticia del combate llega a Jerusalén, antes que él, por boca de sus compañeros. Los otros dos templarios supervivientes cuentan al convento lo sucedido y se produce tan gran consternación que, sin esperar el regreso del maestre, los caballeros forman un “comando” que regresó a la Fuente del Berro para buscar el cuerpo del mariscal. Allí encuentran su tumba, desentierran el cadáver de Jacques de Mailly y lo llevan a su Casa Madre de Jerusalén. En la iglesia poligonal de la Cúpula de la Roca, le rindieron honores y comenzó a ser venerado como héroe por los hermanos de la orden y como mártir por numerosos peregrinos. Astutamente Gérard consintió en todo, prefería tener al mariscal como héroe-mártir que tranquilizase su conciencia, pues los otros dos templarios supervivientes ya habían relatado a los hermanos la disputa entre Jacques y el maestre Gérard, así como la “profecía” sobre su huída en combate. Pero en cuanto se hubo repuesto del descalabro físico y moral, el de Ridefort volvió a las andadas. No sabía que su nuevo despropósito daría el respaldo definitivo a la santidad de Jacques de Mailly. Por desgracia, resultaría ser demasiado tarde. La batalla de Hattin estaba a la vuelta de la esquina, y tras su conclusión desastrosa, Jerusalén volvería a estar en manos de los musulmanes.
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