No eran caballeros de reluciente armadura, sino de manto blanco y cruz roja en el pecho. Los templarios cabalgaron durante casi dos siglos (1119-1312) por Tierra Santa como los principales defensores de la cristiandad. Pero de nada les valió su fiel servicio a la fe cuando el rey de Francia, Felipe IV el Hermoso, determinó su aniquilación. Celoso de su poderío económico y político, orquestó la disolución de la Orden del Temple con la mayor redada policial jamás conocida en el mundo.
Este año se conmemora el 700 aniversario del exterminio de la más importante fuerza económica, militar y política de la Europa medieval, dando lugar a una de las leyendas más fascinantes de nuestra época. Así, el 22 de marzo de 1312 el papa Clemente V disolvía la Orden del Temple mediante la bula 'Vox in excelso', poniendo fin a un proceso de cinco años en los que los caballeros fueron desposeídos de sus bienes, humillados, torturados y finalmente ajusticiados.
"No a nosotros, Señor, no a nosotros, sino a tu nombre da la gloria", rezaba el lema de los templarios, aunque sus actuaciones les granjearon algo más que el reconocimiento del pueblo a su Dios. Era tal la pasión que despertaron en la cristiandad que no hubo monarca o noble que no les donaran algún dinero o propiedad. De esta forma el Temple amasó un capital de extraordinario valor que suscitó la envidia de muchos. "El gran problema es que desde la pérdida de las últimas posesiones en Tierra Santa (1291), los templarios fueron criticados por haber acumulado riquezas en Occidente", explica Enrique Rodríguez-Picavea, profesor de Historia Medieval de la Universidad Autónoma de Madrid.
Los móviles de Felipe IV
Con la perdida de las últimas posesiones cristianas, la Orden ya no tenía razón de ser y comenzaron a verterse las primeras acusaciones contra sus miembros. Este clima de animadversión permitió a Felipe IV instigar junto a su canciller Guillermo de Nogaret una persecución envuelta en acusaciones de herejía, sodomía y desobediencia a la curia romana, que culminó el 13 de octubre de 1307 con la detención de 20.000 templarios, entre ellos el gran Maestre Jacques de Molay, así como la confiscación de todos sus bienes.
Felipe IV había jugado bien sus cartas, pues acabar con la Orden significaba apodarse de sus riquezas y liquidar así las deudas que había contraído con ella la corona de Francia. Rodríguez-Picavea apunta que el móvil del rey "no fue puramente económico, aunque naturalmente tuvo su importancia. Varios historiadores, particularmente los anglosajones, sostienen que Felipe IV se creyó realmente las acusaciones contra los templarios".
No contento con el éxito del operativo en territorio francés, el rey Felipe IV desplegó una gran ofensiva diplomática para convencer a sus homólogos europeos de que actuasen de forma similar en sus dominios. Sin embargo, el resto de reinos cristianos, que "no tenían nada en contra de los templarios", señala Rodríguez-Picavea, retrasaron las detenciones pero se vieron obligados a acatar la orden del papa Clemente V ('Pastoralis preeminentiae', 22 de noviembre de 1307).
A pesar de las reticencias mostradas por la actuación unilateral de Francia, el papa Clemente V terminó por plegarse a los intereses galos organizando por toda la cristiandad comisiones inquisitoriales contra los templarios. En los años posteriores se sucedieron los interrogatorios, las 'confesiones' bajo tortura y las retractaciones que serían tomadas en cuenta durante el juicio celebrado en el Concilio de Vienne, que abrió sus puertas el 16 de octubre de 1311 y finalizó en mayo del siguiente año. Allí, el papa oficializó la desaparición -aunque no su condena- de la Orden del Temple y otorgó sus posesiones a los Hospitalarios de San Juan de Jerusalén, quienes a su vez entregaron a Felipe IV una parte del botín.
A los máximos dirigentes del Temple se les reservó un juicio más severo: el 18 de marzo de 1314 fueron ejecutados en la hoguera. "Dios conoce que se nos ha traído al umbral de la muerte con gran injusticia. No tardará en venir una inmensa calamidad para aquellos que nos han condenado sin respetar la auténtica justicia. Dios se encargará de tomar represalias por nuestra muerte. Yo pereceré con esta seguridad", exclamó el último gran Maestre Jacques de Molay entre llamas. Casualidad o no, ese mismo año fallecían Felipe IV el Hermoso, el papa Clemente V y Guillermo de Nogaret.
Su fundación, su existencia y, sobre todo, su inesperada erradicación dieron lugar a especulaciones y leyendas que han mantenido vivo el nombre de los caballeros templarios hasta nuestros días. Eso sí, "todo lo relativo a los templarios después de su desaparición carece por completo de fundamento histórico riguroso", subraya Rodríguez-Picavea.
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