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La Batalla de Seforia

Un año antes de la pérdida cristiana de Jerusalén en 1187, había una diferencia de opinión entre los Caballeros Templarios y Hospitalarios sobre quién debe gobernar el reino después de la muerte del rey Balduino V. Los templarios creían que la corona debe descansar sobre la cabeza de Sibila madre de Balduino y su nuevo marido Guy de Lusignan, mientras que los hospitalarios favorecían a Raimundo III de Trípoli, que había sido regente del  rey Balduino IV el leproso, un hombre que a pesar de sus debilidades había conseguido la victorias en la batalla de Montgisard en 1177.Desde los primeros días de las órdenes militares, los Grandes Maestros habían tenido un lugar especial en la Alta Corte de Jerusalen, literalmente sosteniendo las llaves del reino. Había tres llaves de la caja que contenía las joyas de la corona. El Patriarca de Jerusalén y el gran maestre templario Gerard de Ridefort, quienes apoyaron Sibylla, cada uno tenia una llave, mientras que la tercera estaba en manos del Maestre de Los Hospitalarios Roger des Moulins, que apoyó Raimundo de Trípoli, en el deber que le corresponde. Cuando llegó el momento de coronar a Sibila reina de Jerusalén, el Gran Maestro Hospitalario se negó a entregar la llave, pero finalmente lo lanzó desde su ventana tierra abajo, disgustado por todo el asunto. De Ridefort desesperado recogió la llave del piso, y desde ese entonce Ridefort no veía la llave como la llave para abrir la caja de la corona sino como la llave para abrir su venganza contra Raimundo de Trípoli quien años atrás le había prometido a Ridefort un rico matrimonio con su vasalla Lucía de Botrun, pero el rey cambió de parecer y prefirió aceptar la oferta de un rico comerciante pisano. Esto convirtió a Ridefort en su mortal enemigo. A medida que los templarios custodiaban las puertas de la ciudad para evitar que el conde Raimundo entrara, fue coronada la reina Sibila de Jerusalén por el patriarca de Jerusalén. Ella, a su vez, coronaba a su marido Guy como su rey.
El Gran Maestre Gérard de Ridefort
Saladino (Salah al-Din), entonces con 50 años, reinaba desde 1174, año de la muerte de Nur al-Din, rey de Alepo y Damasco. Su objetivo en aquel momento era recuperar Tierra Santa de manos de los cristianos. Astuto diplomático y brillante estratega, Saladino firmó treguas a diestras y siniestras con distintos señores cristianos, como Raimundo III de Trípoli, por entonces en desacuerdo con Guy de Lusignan, rey de Jerusalén, a cambio de su protección sobre el “reino” de Galilea. De este modo sacó partida de las luchas internas que se multiplicaban en el reino de Jerusalén.  A principios de 1187, el caballero Reinaldo de Châtillon atacó una caravana de mercaderes que iba de El Cairo a Damasco y que tenía derecho al libre paso, aunque excesivamente armada. Hay que decir que Reinaldo de Châtillon, antiguo Príncipe de Antioquía y actual señor de Transjordania, era quien más osaba atacar a Saladino, tanto en el campo de batalla, como en Montgisard como haciéndole la guerra del corso en el Mar Rojo poniendo en duda que este fuera el Protector de los Santos Lugares musulmanes. A principios de 1187, el caballero Reinaldo de Châtillon atacó una caravana de mercaderes que iba de El Cairo a Damasco y que tenía derecho al libre paso, aunque excesivamente armada. Hay que decir que Reinaldo de Châtillon, antiguo Príncipe de Antioquía y actual señor de Transjordania, era quien más osaba atacar a Saladino, tanto en el campo de batalla, como en Montgisard como haciéndole la guerra del corso en el Mar Rojo poniendo en duda que este fuera el Protector de los Santos Lugares musulmanes. Saladino no tardó en exigir la devolución de los bienes contenidos en la caravana y la liberación de los prisioneros. Reinaldo se negó y se obstinó en la negativa incluso cuando intervino Guido de Lusignan para que se efectuase la devolución.Saladino no tardó en exigir la devolución de los bienes contenidos en la caravana y la liberación de los prisioneros. Reinaldo se negó y se obstinó en la negativa incluso cuando intervino Guy de Lusignan para que se efectuase la devolución. Saladino movilizó entonces a sus tropas de Siria, juró la muerte de Reinaldo y se puso en camino el 18 de marzo de 1187, asolando de paso las regiones que atravesó, como Galilea.



 Al amanecer del viernes 1 de mayo 1187, los jinetes árabes al mando de Al-Afdal, hijo de Saladino, pasan pacíficamente ante los muros de Tiberíades en busca de Reinaldo. Esa tarde, cuando vuelven por el mismo camino, han respetado al pie de la letra las exigencias del conde y, sin embargo, no han podido evitar el incidente. El conde Raimundo ve con horror que, en sus lanzas, los mamelucos llevan clavadas las cabezas de más de cien templarios. ¿Cómo ha podido suceder lo impensable? Casi al mismo tiempo, Balian de Ibelin llega a su cita en el castillo de la Féve. En la explanada de Esdralón ve, asombrado, que el campamento templario está vació y el castillo, abandonado. Su escudero registró todo el lugar, mas sólo encontró dos hombres enfermos que nada sabían. Extrañado y preocupado, iba ya a dar media vuelta, cuando aparecen al galope una pareja de jinetes dando gritos. Son dos templarios, cubiertos de sangre y polvo, que cuentan al señor de Ibelin el terrible desastre que ha tenido lugar en la Fuente del Berro. Según estaba previsto, el maestre de los Templarios, Gerad de Ridefort, y el de los Hospitalarios, Roger des Moulins, habían llegado el mismo día 30 al cercano castillo de la Féve camino de Tiberíades, en misión de embajadores del rey Guido como dijimos. Es de suponer que los maestres recibieran al correo de Raimundo, que les avisaba del paso pacifíco de los musulmanes. Por motivos que se ignoran, pero quizá basados en las rencorosas intrigas del vengativo Gérard, quien tal vez quiso proteger a su antiguo cómplice Reinaldo de Chátillon, los maestres deciden atacar a los musulmanes. Gérard de Ridefort envía un mensajero al mariscal del Temple, Jacques de Mailly, que se encontraba a ocho kilometros de allí, en el castillo de Caco (Kh-Qara), con poco más de cuarenta templarios y sus tropas auxiliares, para que acuda urgentemente a unirse con la guarnición de La Féve, compuesta por unos noventa caballeros del Temple, más diez hospitalarios con su maestre Roger. Al amanecer del día 1 de mayo, ambos maestres y el mariscal se acercaron hasta Nazareth, donde reclutaron a otros cuarenta caballeros de la guarnición real. Entre caballeros y tropas auxiliares se juntaron unos quinientos guerreros, que se encaminaron sin demora hacia en El-Mahed, cerca de la aldea de Seforia , al noreste de Nazareth. Allí, cerca siete mil mamelucos, árabes y kurdos, estaban abrevando sus caballos en la Fuente de Berro. Los templarios, que salían desde una elevación, tenían la ventaja del terreno y de la sorpresa. Gérard de Ridefort quiso cargar inmediatamente contra los musulmanes, pero la diferencia de tropas era tan grande que el maestre del Hospital y el mariscal del Temple le aconsejaron la retirada. Sin atreverse a un enfrentamiento con Roger des Moulins, Gérard se encaró groseramente con su mariscal, Jacques de Mailly, increpándole: - Hablas como un hombre que desea huir; amas demasiado esa rubia cabeza, que tan bien la quieress guardar…. Pero el mariscal le respondió profético: - Moriré frente al enemigo como un caballero de bien. Eres tu quien volverá al grupo como un traidor. Lleno de ira, el orgulloso maestre le volvió la espalda,le dio la orden y se lanzaron a la carga. Dice el cronista que Jacques de Mailly, mientras galopaba hacia los musulmanes, le hablaba dulcemente a su blanco caballo: - Rocín, buen compañero, he pasado muchas y hermosas jornadas cabalgando sobre tu lomo; pero el día de hoy las superará a todas, porque hoy me llevarás al Paraíso. La batalla fue corta, en muy poco tiempo los francos resultaron diezmados a pesar de su empuje guerrero. Los últimos combatientes cristianos fueron un caballero del Hospital, de nombre ignorado, y uno templario, el mariscal Jacques de Mailly, quíen al ver a su compañero hospitalario finalmente abatido redobló su empuje y resistencia luchando como un torbellino. Primero sobre el caballo y luego a pie, su espada segaba, como si de trigo se tratase, las vidas de los enemigos que lo rodeaban. A la vista de este prodigio de valor, los musulmanes cesaron de combatirlo y formaron un círculo a su alrededor, ofreciéndole la vida a cambio de la rendición. Rechazadas tales proposiciones, como ofensivas para su honor, el templario acabó abatido por las flechas de los arqueros. Más como iban ataviado con las albas vestiduras de la orden y montado sobre su corcel blanco, al caer muerto, pero no vencido, los musulmanes irrumpieron en gritos convencidos de haber cogido al san Jorge de los francos. El cuerpo del templario fue asaltado por los mamelucos, quienes, presos de un terror reverente, se disputaron hasta el más insignificante de sus despojos: ropas, armas, adornos, etc; como talismanes o reliquias. Hasta tal punto, que algunos se frotaban la cabeza con el polvo empapado en su sangre, como si de esta manera pudieran adquirir su bravura y valor. Enterado al-Afdal del prodigioso suceso, el hijo de Saladino ordenó se enterrase con toda dignidad el cadáver del templario y que, como signo de respeto por su valor, le sepultasen con su espada en la mano. El resto, francos y templarios, incluso el maestre hospitalario Roger des Moulins, todos perecieron. Sólo tres caballeros del Temple escaparon con vida, uno de ellos fue Gérard de Ridefort, que, a pesar de estar gravemente herido, consiguió huir a uña de caballo hasta Nazareth. Por el camino, resonarían en sus oídos la proféticas palabras que Jacques de Mailly le dirigió antes de entrar en combate: “….Sois vos quien volverá grupas como un traidor”. El maestre Gérard, mortificado por las heridas y tal vez por la vergüenza, se entretiene en el camino y la noticia del combate llega a Jerusalén, antes que él, por boca de sus compañeros. Los otros dos templarios supervivientes cuentan al convento lo sucedido y se produce tan gran consternación que, sin esperar el regreso del maestre, los caballeros forman un “comando” que regresó a la Fuente del Berro para buscar el cuerpo del mariscal. Allí encuentran su tumba, desentierran el cadáver de Jacques de Mailly y lo llevan a su Casa Madre de Jerusalén. En la iglesia poligonal de la Cúpula de la Roca, le rindieron honores y comenzó a ser venerado como héroe por los hermanos de la orden y como mártir por numerosos peregrinos. Astutamente Gérard consintió en todo, prefería tener al mariscal como héroe-mártir que tranquilizase su conciencia, pues los otros dos templarios supervivientes ya habían relatado a los hermanos la disputa entre Jacques y el maestre Gérard, así como la “profecía” sobre su huída en combate. Pero en cuanto se hubo repuesto del descalabro físico y moral, el de Ridefort volvió a las andadas. No sabía que su nuevo despropósito daría el respaldo definitivo a la santidad de Jacques de Mailly. Por desgracia, resultaría ser demasiado tarde. La batalla de Hattin estaba a la vuelta de la esquina, y tras su conclusión desastrosa, Jerusalén volvería a estar en manos de los musulmanes.

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