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De Peñíscola a los acantilados de la Serra d'Irta, tierras de templarios


VALENCIA. La ciudad de Peñíscola se sitúa sobre una península rocosa que, en su origen, estaba unida a la tierra solamente por un istmo de arena que hacía fácil su defensa y que, en tiempos antiguos, una semana al año se inundaba y el istmo quedaba sepultado bajo el agua del mar. Actualmente, debido a la construcción del puerto y de los edificios en el istmo, este curioso hecho ha desaparecido. Sobre esta península rocosa se levanta el casco viejo y, coronando el peñón, el castillo del Papa Luna. Peñíscola, con esta especial disposición geográfica, es “la ciudad en el mar”; enamora y embruja, vista desde las playas adyacentes.
Tras estas primeras impresiones que genera Peñíscola nos adentramos en su casco antiguo y en su historia. El castillo de Peñíscola fue construido por los templarios sobre los restos de la alcazaba árabe, entre 1294 y 1307, y reformado por la Orden de Montesa. Este castillo fue testigo de excepción durante el siglo XIV del cisma de Occidente, cuando la Iglesia Católica quedó dividida en dos. Pedro Martínez de Luna, más conocido como Papa Luna, fue nombrado Papa por una de las dos corrientes católicas que creía legítima su postura como máxima autoridad eclesiástica, en concreto, por la rama de Avignon frente a la de Roma.
El Papa Luna, en un momento de máxima presión, con casi todas las grandes potencias decantándose por la autoridad papal de Roma, decidió autoexiliarse de Avignon a Peñíscola y en el castillo templario murió a los 95 años reivindicando que él era el verdadero Papa. Alrededor del castillo se extienden diversas murallas defensivas de diferentes épocas; entre ellas se sitúa la trama urbana histórica, que muestra una estructura arábigo-medieval, con su laberinto de calles empedradas, con escalones y fuertes rampas, que llevan, la mayor parte de las veces, a terrazas que miran al mar.

El casco antiguo de Peñíscola no dejará de ofrecernos curiosidades como la del bufador, gran orificio entre las rocas por el que el agua del mar surge de forma brusca en días de temporal. En invierno y fuera de épocas vacacionales Peñíscola muestra su cara más tranquila, ofreciendo al visitante su puerto, sus playas y un entorno de montañas apacibles y gratificantes. Saliendo de Peñíscola, en dirección sur, entraremos en el parque natural de la Serra d’Irta. El parque natural está formado por dos alineaciones montañosas con una altitud máxima de 543 metros, paralelas a la costa y separadas por el valle de Estopet. 

Debido a su cercanía al mar, sus montañas descienden abruptamente, formando, a lo largo de 12 kilómetros, numerosos acantilados, calas, cornisas y arrecifes marinos. Su gran singularidad es, precisamente, la combinación del mar y la montaña en escasos metros, lo que permite contemplar, desde los picos más elevados, espléndidas panorámicas de la costa, e incluso, se pueden llegar a ver las Illes Columbretes.
Un hecho histórico reseñable respecto a la conservación de la Serra d’Irta fue la constitución en 1907 de la Comunidad de los Montes de Irta. Los labradores y jornaleros de Peñíscola presionaron al ayuntamiento para que no se subastase los montes pertenecientes al estado y se cediesen para el aprovechamiento comunal y evitar así la emigración. El territorio se declaró indivisible, lo que contribuyó a su conservación. Todo el parque se recorre en nuestra ruta bordeando el mar mediante una pista sin asfalto que se corresponde con una antigua vía pecuaria conocida con el nombre de Pebret, a lo largo de unos veinte kilómetros, desde Peñíscola a Alcossebre. Desde dicha pista litoral parten innumerables caminos rurales que recorren la sierra y que permiten, mediante senderos homologados, acercarse al rico patrimonio cultural.
Comenzamos a andar por la Serra d’Irta y, nada más salir de Peñíscola, encontramos un camino que nos lleva a la ermita de Sant Antoni; lo tomamos y en este recorrido de cuatro kilómetros ya observamos el tipo de vegetación que nos va a acompañar durante este paseo por el parque natural de la Serra d'Irta. El típico matorral mediterráneo se extiende por estas montañas con peculiaridades destacables. Encontramos, como es habitual, coscoja, lentisco y enebro, pero el palmito tiene, en estas tierras, unas dimensiones especialmente grandes. Además, en Irta crece una planta exclusiva del lugar, un endemismo conocido como geranio de Irta.
Llegamos a la ermita de Sant Antoni, obra del siglo XVI, que comprende el edificio de la misma ermita, la casa del ermitaño y una hospedería. Con su localización a más de 300 metros de altitud se convierte en un mirador excepcional del parque natural en su vertiente norte. Anualmente, durante el mes de abril, se realiza una tradicional romería a esta ermita desde Peñíscola, acompañada de numerosos actos festivos. Volvemos sobre nuestros pasos hasta la senda del Pebret y realizamos nuestro recorrido por la zona más pegada al litoral. En este primer tramo la Serra llega, literalmente, hasta el mar, y nos encontramos con acantilados con más de cincuenta metros de caída libre. Abajo el Mediterráneo, tranquilo, rebosa de azul.
Aparece pronto la torre Badum, torre de vigía construida en el siglo XVI como medida de prevención ante los ataques de los piratas turcos y berberiscos. La localización de la torre Badum es el mejor lugar para valorar, en su conjunto, la calidad ambiental y paisajística de este tramo del litoral valenciano. En este entorno de la torre Badum existe una microreserva natural con los únicos ejemplares de una planta llamada saladilla. Este endemismo crece en pequeñas áreas acotadas. Se ha censado en los últimos años una población que oscila entre los 40 y 400 ejemplares. 

El acantilado, segundo más alto de la Comunitat Valenciana, es refugio de numerosas aves, principalmente, cormoranes y gaviotas. También esta zona es privilegiada para la práctica del submarinismo, y como dato curioso, cabe reseñar que del fondo del mar emergen numerosos manantiales de agua dulce. Seguimos andando por la senda del Pebret y descendemos los vertiginosos acantilados de la Torre Badum para encontrarnos con una franja litoral en la que se desarrollan acantilados medios y bajos, zonas rasas y calas y playas de cantos, gravas y arenas. Todo este litoral es solitario y prácticamente virgen. 

La primera cala de arena que nos encontramos es la playa del Russo, que conserva excelentes formaciones dunares con especies vegetales adaptadas: un lugar tranquilo donde el Mediterráneo muestra aguas cristalinas. Avanzando dirección sur, una vez atravesada la Playa del Russo y la Playa del Pebret, a pocos metros tomamos un camino a la derecha señalizado hacia el Pou del Moro. Subimos por las laderas de la montaña a través de un camino rural, en el corazón de la Serra d’Irta, para encontrarnos con bosquetes de pino carrasco y áridas ramblas y descubrir el Pou del Moro, pozo romántico y verdinoso que bosteza entre juncos, palmitos y olivos. 

Cuentan que el apelativo obedece a que en este lugar se refugió un morisco cuando la expulsión de éstos tomó un cariz sangriento. Siguiendo por el mismo camino llegamos al Mas del Senyor, una ruinosa masía con zona recreativa que incluye olmeda y manantial, sin duda alguna un lugar ideal para descansar y tomar un refrigerio. Debemos bajar ahora otra vez al litoral y podemos hacerlo siguiendo el atajo indicado en los letreros como PRV-194.3. De esta manera pasaremos por los muros caídos del despoblado de Irta, de cuyo topónimo viene el nombre de la Serra. Apenas queda nada de este antiguo poblado. Sin embargo sí que podemos observar cómo la acción del ser humano, en otras épocas, ha dejado enormes bancadas que se asientan en la montaña como encaradas al mar.

Cuando regresemos a la línea de costa habremos recorrido ya los dos grandes ecosistemas del parque natural. Por un lado, el espacio costero y, por otro, la zona de montaña. De esta manera habremos descubierto que la Serra d'Irta nos ofrece bellos paisajes y grandes valores ambientales. Seguimos avanzando en dirección sur y la vía pecuaria por la que venimos abandona la línea de costa y discurre entre pinadas, hasta alcanzar, ya entre algún que otro chalet, un original faro de recientes y atrevidas formas constructivas, una visita curiosa para los excursionistas. Aunque fuera de nuestra ruta, por la vía pecuaria que discurre paralela a la costa, no hay que dejar de lado el resto del patrimonio cultural y natural de la sierra. Tal es el caso de la ermita de Sant Benet i Santa Llúcia, en el término de Alcalà de Xivert. 

Encalada, humilde y de fuertes reminiscencias griegas, es un mirador excepcional de la costa y del cercano marjal del Prat de Cabanes-Torreblanca. Ello sin olvidar los castillos de Santa Magdalena de Pulpis y el de Xivert al poniente de la sierra. El castillo de Xivert, de origen musulmán, ha sufrido numerosas reformas, entre ellas la construcción dentro del recinto de una fortaleza templaria. El castillo de Pulpis, también de origen árabe, posteriormente templario y donado a la orden de Montesa, muestra, actualmente, en relativo buen estado de conservación, la torre del Homenaje y su puerta de acceso. El entorno de los dos castillos y sus caminos de acceso son de un gran valor ambiental y paisajístico.

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